La ciencia tiene mucho de detectivesca. Lo dice hasta David Lynch, y lo que Lynch dice va a misa. El excéntrico director afirma que los científicos hurgamos en lo más profundo del mundo conocido encontrando cosas increíbles, al igual que un detective que debe resolver un crimen. Y es cierto. Dejando a un lado ese rollo del CSI, los análisis de ADN y las luces que detectan fluidos, todas las personas que se dedican a la ciencia albergan un Sherlock en su interior. Los científicos, como los detectives, se formulan preguntas e intentan responderlas a través de pistas que van encontrando por el camino. Ambos analizan con cautela todos los indicios posibles y, sin llegar a una conclusión de manera precipitada, construyen una historia coherente. Finalmente, prueban su hipótesis y pueden resolver (o no) el misterio. Los investigadores diseñan experimentos porque través de ellos pueden obtener las respuestas que están buscando. Este camino que se recorre para llegar a una conclusión se llama método científico, algo con lo que Javier Cárdenas no debe estar muy familiarizado. Un ejemplo de investigadora detectivesca fue Barbara McClintock. Seguramente pocos la conozcáis, tan sólo era una mujer que cambió la historia de la ciencia y ganó un Nobel, pero tranquilos, pasa mucho.

Barbara estaba mosca con las mazorcas de maíz. Vio que en una mazorca procedente de la polinización entre dos flores de una misma planta había granos de diferente color. Además, dentro de un mismo grano había zonas de varios colores. ¿Cómo podía ser? Si el color se hereda de los cromosomas de los progenitores, un grano debería ser de un color concreto y no presentar zonas de una coloración distinta a la del resto del grano. Entonces Barbara, como buena detective, observó cientos de granos de maíz al microscopio y obtuvo muchos datos, pistas para resolver el misterio.

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Dentro de una misma mazorca, la cual procedía de un individuo fertilizado, Barbara observaba una variedad de coloraciones enorme. Incluso dentro del mismo grano. Según las leyes de la genética clásica esto no tenía ningún sentido (Foto: Wikipedia)
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Barbara haciendo preparaciones de células de maíz para observarlas al microscopio (Foto: Wikipedia)

De dicho análisis concluyó que cada patrón de color se correspondía con una interrupción en una zona concreta de uno de sus cromosomas: el gen responsable del color no se encontraba siempre en la misma posición. Para ella, la explicación era muy simple: había genes que se movían de un lugar a otro de los cromosomas creando estas variaciones. ¡Había resuelto el misterio! Sus colegas científicos no la creyeron, pero con los años se tuvieron que tragar sus palabras. Gracias a Barbara la genética clásica tuvo que revisarse y hubo un cambio de paradigma. El genoma de los organismos era un ente en movimiento, no algo estático como se había pensado hasta entonces, y con eso podían explicarse fenómenos como la evolución, las mutaciones o enfermedades como el cáncer.

Lo más bizarro que le debió de pasar en la vida a esta gran detective fue lo que le soltó Richard Nixon al hablar de sus descubrimientos cuando le entregaba la Medalla Nacional de la Ciencia: “Las he leído y he de decirle que no las entiendo. Pero también le diré que, ya que no las entiendo, me doy cuenta de lo importantes que son sus trabajos para esta nación”. Nixon no valía para detective, está claro. De hecho, dudo que les tuviera demasiada estima después de su con tropiezo con el FBI.

 

Artículo publicado en El Lamonatorio para El Mono revista cultural (El Mono #57)

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