En junio mi amigo David estuvo de viaje por Myanmar. A lo mejor este nombre no os suena mucho pero si os digo Birmania seguro que la cosa cambia un poco. Los diferentes apelativos que tiene esta república se deben a cuestiones políticas que no voy a describir en este post pero si tenéis curiosidad podéis leer sobre ello aquí. Este país del sudeste asiático sufre una explotación turística menor que naciones cercanas como Vietnam, Tailandia o Indonesia, y eso y su pasión por las culturas asiáticas es lo que llevó a mi amigo a colgarse la mochila y recorrer de cabo a rabo un territorio salvaje, de arraigadas tradiciones y paisajes exuberantes.

Myanmar posee clima tropical. De junio a septiembre llega el monzón –época de lluvias torrenciales– y excepto en las montañas del norte donde las temperaturas pueden llegar a bajar bastante, en general hace calor durante todo el año. Estas condiciones ambientales propician la existencia de la pluvisilva o selva lluviosa, ecosistema de gran biodiversidad en el que abundan árboles frondosos de hoja ancha y donde habitan especies de animales de todas las clases que os podáis imaginar. En Myanmar casi la mitad del territorio es selva.

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La de bichos que tiene que haber ahí, mi madre (Fuente: Flickr)

Los birmanos se mimetizan con la naturaleza. En los entornos rurales llevan siglos beneficiándose de su patrimonio vegetal para optimizar sus condiciones de vida. Alrededor de 250 especies de árboles en territorio birmano son utilizables comercialmente, ya sea para obtener alimentos, gomas, madera o combustible. Más de 50 de estas especies son explotadas en la actualidad y parte de sus productos son exportados a otros países. Como de costumbre, la gestión de estos recursos no es ni mucho menos sostenible –las leyes del libre mercado, ya tú sabes–, pero en un mundo ideal Birmania sería un país muy próspero gracias a su riqueza natural.

El milagro de los huertos flotantes

Pero vayamos a la etnobotánica, que es lo que aquí nos interesa. Uno de los lugares más curiosos que tuvo la oportunidad de visitar David fueron las islas flotantes del Lago Inle. Cuando me pasó los vídeos me quedé maravillada. Los habitantes de la zona habían levantado una cadena de islas con huertos incluidos sobre la superficie lacustre. Ocupaban varias hectáreas. Situado en la parte central del país, el lago incluye una serie de huertos flotantes donde se cultivan especies como el tomate, el pepino o la calabaza, que sirven para sostener la economía de la zona. Este prodigio ha sido posible gracias a una planta invasora, la Eichhornia crassipes o jacinto de agua, que llegó a la zona en el siglo XIX y cubrió rápidamente la superficie del lago. Esta especie originaria de Brasil es una de las más invasoras que existen. Aunque posee flores se reproduce mayormente de forma vegetativa por medio de estolones, que son brotes laterales que parten de la base del tallo que crecen en paralelo al nivel del suelo o la superficie sobre la que se asienta la planta –en este caso el agua–. Los estolones les confieren un poder propagativo brutal.

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Huertos sobre el Lago Inle vistos desde un bote a motor

Pero lejos de suponerles un obstáculo, los locales le dieron la vuelta a la tortilla al asunto y decidieron utilizar el jacinto de agua como “cimiento” para establecer sus islotes. Es un proceso bastante laborioso pero efectivo. Cortan y apilan la planta acuática –normalmente también añaden algas que recogen en el mismo ecosistema– añadiendo lodo del fondo del lago como abono y lo anclan al fondo con cañas de bambú. El resultado es un sistema de cultivo tremendamente útil y bastante productivo que ha permitido a los lugareños adaptarse a las condiciones ambientales. Ya sabéis, las plantas siempre echándonos una mano…

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Habitantes locales transportando algas y lodos del fondo del lago

Cierto es que, como ecosistemas agrícolas que son, los huertos flotantes han generado que la biodiversidad de la zona disminuya y han transformado por completo el ecosistema que existía previamente. Pero esto ocurre en todos los campos de cultivo del mundo desde que se inventó la agricultura. Habrá que comer, ¿o no?

Ropa divina

En el Lago Inle no sólo producen alimentos: también fabrican ropa. Ropa de la buena, no como la de Amancio. Y lo hacen con una planta en la que jamás pensaríais en términos textiles. El loto (Nelumbo nucifera) es una herbácea acuática de clima tropical que muchas culturas del continente asiático asocian con lo divino y con la resurrección, ya que su preciosa flor emerge intacta de las de aguas estancadas en las que habita. Como todas las plantas de este planeta posee un alto contenido en celulosa y este polímero de glucosa está presente en grandes cantidades formando de fibras en los tallos del loto. Los lugareños han aprendido a aprovechar estas fibras vegetales para fabricar telas que luego tiñen con compuestos naturales. Primero extraen las fibras del tallo del loto y después fabrican el hilo mediante el uso de ruecas –cuando oigo esta palabra en seguida me vienen a la mente La Bella Durmiente y Gandhi, menudo combo–.

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Aquí un señor cortando tallos de loto y extrayendo las fibras

Las mujeres suelen ocuparse de esta tarea, de la elaboración de las telas y de su tinción. El azul índigo, del que hablé en un artículo anterior, también se utiliza para teñir estas telas. Dicen los locales que si te vistes con prendas fabricadas con fibras de loto ahuyentas las malas vibraciones y atraes la buena suerte. Un pañuelico de esos ya me vendría bien a mi, ya…

Hilos
Madeja de hilo de loto
Telares
Mujeres birmanas en el telar (me duele la espalda sólo de mirarlas)
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Tintes naturales que aplican a las telas de loto. El índigo está presente.

Paraguas de papel

Pero los artesanos del estado de Shan en Myanmar no se conforman sólo con ropa: también son muy de complementos. El clima de la zona es bastante lluvioso pero el sol cuando sale calienta que no veas y es por eso que tanto en el Lago Inle como en otras zonas rurales muchos birmanos fabrican paraguas y parasoles de manera tradicional, utilizando una vez más elementos vegetales para su elaboración. Esta vez se trata de un árbol muy especial, ya que con su corteza puede producirse papel. Sí, papel. No olvidemos que gracias a las plantas el hombre comenzó a plasmar ideas y a transmitir conocimientos miles de años antes del nacimiento de IBM. La morera del papel (Morus papyrifera) viene siendo utilizada desde que los chinos inventaron este material hace más de 2.000 años. Es un árbol nativo de Asia del que se aprovecha todo –es un poco como el cerdo de los árboles–. Su madera es utilizada para la fabricación de muebles. Su corteza, hojas y frutos tienen usos diversos en la medicina tradicional china (antipiréticos, laxantes) y además las hojas y los frutos se comen. También es una especie ornamental. De su corteza interna se obtiene el famoso papel de morera, resistente, flexible y duradero. David estuvo viendo todo el proceso en una especie de taller artesanal donde pudo sacar fotos de cada uno de los pasos: la obtención de la pasta a partir de la corteza –mezclada con agua y machacada, previa ebullición–, la extensión sobre los moldes rectangulares, la decoración con buganvillas, el secado y la elaboración final de los paraguas o sombrillas. Los paraguas se hacen impermeables mediante el lacado, que también implica a una planta, el árbol de la laca (Toxicodendron vernicifluum). Pero esta ya es otra historia vegetal…

Pasta
Hay que ser un poco Hulk para fabricar papel
Niña bigote
Moldes de madera y base de algodón donde se fabrican las láminas de papel

 

Como habréis comprobado al leer este artículo las plantas son la base de la cultura y la economía de esta bonita región de Birmania, y lo mismo ocurre con el resto del país. La relación del ser humano y las especies vegetales es milenaria y siempre ha supuesto beneficios y ventajas para el Homo sapiens sapiens. Lo mismo que ocurre en Myanmar ocurre en el resto de sociedades humanas. Por mucho que nos empeñemos en pasarlas por alto las plantas son fundamentales en nuestras vidas, y sin ellas nuestro mundo sólo sería una ilusión.

 

*Fotos cedidas amablemente por David Mendive.

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