Qué tiernas, sí, pero sobre todo qué abundantes y pastelosas son las manifestaciones de amistad en las redes sociales, ¿verdad? Sin embargo puedo aseguraros que no hay amistades tan intensas ni tan reales como las relaciones mutualistas que se dan en la naturaleza.

Seguro que os suena la palabra simbiosis. ¡Ajá! Eso que hacen los políticos y las grandes empresas, ayudarse mutuamente para sacar beneficio. Un asco. Pero en los ecosistemas nos encontramos simbiontes tan monos que dan ganas de abrazarlos. Los peces payaso que viven entre anémonas, sin ir más lejos. Estos peces mantienen limpia a la anémona a cambio de refugio y atraen víctimas para que ella pueda alimentarse. Las anémonas son medusas invertidas y por consiguiente venenosas, pero a la piel del pez payaso la recubre una mucosa que impide que las células urticantes de la anémona segreguen la sustancia chunga en cuestión. ¿Y lo majos que son el gobio de Luther y la gamba ciega? El gobio guía a la pobre gamba invidente para que ésta pueda cavar una buena madriguera en la cual viven junticos. Cuando salen en busca de alimento, si el pez detecta un peligro avisa a la gamba, pues las antenas del crustáceo siempre están en contacto con el cuerpo del gobio, y entonces ambos vuelven pitando a la cueva. No me digáis que no son adorables…

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El gobio de Luther y la gamba ciega. Foto por Rafael Fernández Esteban (Fotonatura)

Aunque no se aprecie a simple vista los líquenes también son asociaciones entre especies distintas, en este caso entre un alga y un hongo. El alga hace la fotosíntesis y da de comer al hongo y éste le proporciona un soporte que la protege de la deshidratación. Muchas flores necesitan a los insectos para reproducirse. Las abejas, insectos polinizadores por excelencia, se alimentan del néctar que segregan las flores y a su vez diseminan involuntariamente el polen, que es digamos como “el esperma de las plantas”. Por otro lado, existen asociaciones curiosas en las que un organismo se aprovecha y el otro ni se beneficia ni sale perjudicado. Las rémoras, por ejemplo, se adhieren al tiburón para ser transportadas, y el cangrejo ermitaño vive en la concha vacía de un caracol y así protege su abdomen blandito. Estas relaciones se llaman comensalismo, del latín cum mensa, “compartiendo la mesa”. Porque compartir es amar, señores. ¿O acaso no sabíais que compartís vuestro cuerpo serrano con 100 billones de bacterias (2 kilos en total), que se alimentan gracias a nosotros y que a cambio realizan un porrón de funciones que son imprescindibles para que podamos vivir? Fabrican incluso vitamina B e impiden que bacterias patógenas entren en nuestro cuerpo y nos enfermemos. Las bacterias sí que son nuestras mejores amigas, y no aquel colega que te jura que te quiere todo ciego en el Katos a las 6 de la mañana.

El Lamonatorio en El Mono revista cultural (El Mono #34)

 

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